domingo, 9 de agosto de 2009

Presencia


He aquí la presencia fuerte,
generosa, guapa,
de aquel hombre
que conquistó la floresta pétrea
de la pampa calcinada
por el hórrido estallar
de dinamitas,
con sus manos
de callosas superficies,
con su empuje,
con sudor, su angustia plena,
en el diario desafío
a la materia calichal.

Con el golpe del macho
veinticinco,
con el áspero oradar
de la barreta,
con la fuerza de la pala
y de su brazo sin igual.

Pampino,
la historia que es leyenda
y asombrada,
que narra
la aventura del salitre,
en sus páginas
y tatuada,
tu figura de roto calichero,
fuerza, corazón y espada,
para rasgar
el manto de neblina,
para que nunca tu epopeya quede
sólo en el surco
del salar y de la oficina
en ruinas,
sino que se levante
en las voces del pasado,
en el rumor del viento
entre las calaminas
diseminadas del poblado,
por las calles silenciosas
de los campamentos.

Pampino,
henos aquí,
hombro con hombro,
rozando tu cota polvorienta,
caminando
junto a tu áspero calzado,
sobre las huellas
que el desierto guarda,
de tu presencia
en las madrugadas
rumbo a la pampa,
a la calichera dsura,
al panorama hostil,
a tu destino.

Pampino,
estás aquí,
viento y camanchaca
en la partida,
gris y atardecer
en el regreso,
la jornada continúa
en la mañana,
mas, hoy,
lumbre, un plato de sopa
y la familia,
tal vez puedan
restañar el sudor
allá dejado.

En la faena se quedó
como un arado,
la herramienta
sobre el suelo endurecido,
también el recuerdo
enfebrecido,
porque hoy, la pampa
es diferente.

Mas, tu presencia de la calichera
ausente, existe,
y se levanta sobre las edades,
recia, perenne, presente,
porque en nuestros corazones
hay campamentos,
donde te has quedado.

Pampino
las viejas pálidas
manos vacías.

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